martes, 2 de agosto de 2011

Dios y nuestro dinero.

A menudo mi madre repetía este versículo del evangelio de Mateo 6: 32. Viuda a la edad de cuarenta años, había contado con Dios para criar a sus tres hijos y ocuparse de la pequeña granja familiar. Con agradecimiento recordamos su vida piadosa y su confianza en las promesas de Dios.

Otra cristiana de la misma aldea, también viuda, contó que una vez se había quedado totalmente sin recursos. Esa noche se arrodilló y oró a Dios para que le diera lo necesario para sobrevivir y dar de comer a sus hijos.

Después de una apacible noche, temprano en la mañana, oyó llamar a su puerta. Una señora que vivía en la aldea vecina se presentó, diciéndole: –Ayer, de repente, pensé que tenía dinero que no necesitaba, mientras que en mi pueblo hay muchas personas carentes de lo necesario. Entonces decidí distribuir este dinero entre las que conocía. Empiezo por usted… Llorando de alegría, la viuda no sabía cómo agradecer a su dadora. Pero su corazón también estaba lleno de agradecimiento hacia Dios, “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Salmo 68:5).

Nosotros, los creyentes, quienes conocemos a Dios como el Padre que nos ama, ¿sabemos confiar en sus cuidados, pero igualmente y ante todo buscar “el reino de Dios y su justicia”? Quizás esto también nos conduzca, con nuestro monedero, hacia alguna casa pobre de nuestros alrededores.

Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. – Mateo 6:32-33.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Share

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More